En 1969, la Muerte a menudo se encontraba en compañía de sus dos hermanos: Miedo y Guerra. Su piel de resina aceitosa coincide con su indiferencia; no le importa sentarse en fangosas zanjas con los soldados o esperar hasta que los cuerpos colapsen en el suelo. La muerte es eterna y todopoderosa; escultura paciente, que nadie puede adelantar o sobrevivir. Y, sin embargo, en su negrura hay belleza y divinidad; su mirada fría, pero profunda, su voz rígida, no de este mundo. Ella nunca está enojada, nunca está furiosa o feroz; su pesadez proviene de su levedad. Los abrazos de la Muerte conducirán a su mundo Ezo, donde las cuerdas del corazón se reflejan por el sonido de los ecos de las paredes de la conciencia. No confíe en las palabras de los demás: la Muerte nunca es silenciosa, como una tumba.